sábado, 6 de febrero de 2016

Monumento Rey Pelayo, Covadonga. Cangas de Onis.

 
No existe ningún documento donde conste los orígenes del Rey Pelayo, algunos atrevidos reclaman su procedencia en Toledo, Cantabria o Tuy. Para los asturianos está claro que era un paisano Astur.
 
 
Ubicada en la Plaza de la Basílica de Covadonga es obra del escultor cangés Gerardo Zaragoza inaugurándola en 1965.
La obra en bronce, representa al caudillo Pelayo con el brazo izquierdo levantado mientras que con la derecha sostiene la espada, a sus espaldas la réplica a tamaño natural de la Cruz de la Victoria :
 "Hoc signo vincitur inimicus".
 
 
Un Pelayo rezumante de virilidad con su coraza musculada, su capa de piel de oso y tocado aún, con una diadema parece estar arengando a los astures en la batalla de Covadonga en el año 722.
 
 
Una figura asentada sobre un pedestal pétreo cruzado en todo su diámetro por una banda en bronce con el texto de la crónica del rey Alfonso III, el magno :
 " Nuestra esperanza está en Cristo + este pequeño monte será la salvación de España".
 
 
Para terminar, simplemente reproducir la Crónica de Al-Maqqari:
Dice Isa Ibn Ahmand al-Raqi que en tiempos de Anbasa Ibn Suhaim al-Qalbi, se levantó en tierras de Galicia un asno salvaje llamado Belay [Pelayo]. Desde entonces empezaron los cristianos en al-Ándalus a defender contra los musulmanes las tierras que aún quedaban en su poder, lo que no habían esperado lograr. Los islamistas, luchando contra los politeístas y forzándoles a emigrar, se habían apoderado de sus país hasta que llegara Ariyula, de la tierra de los francos, y habían conquistado Pamplona en Galicia y no había quedado sino la roca donde se refugia el señor (muluk) llamado Belay con trescientos hombres. Los soldados no cesaron de atacarle hasta que sus soldados murieron de hambre y no quedaron en su compañía sino treinta hombres y diez mujeres. Y no tenían que comer sino la miel que tomaban de la dejada por la abejas en las hendiduras de la roca. La situación de los musulmanes llegó a ser penosa, y al cabo los despreciaron diciendo:
«Treinta asnos salvajes, ¿qué daño pueden hacernos?».

 

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